Los miedos y la danza es un tema que me toca muy de cerca…
Ahora que comenzamos a regresar a nuestra “normalidad” y después de varios giros de 180º en nuestras vidas, es muy normal que aparezcan antiguos/nuevos miedos que esperan al acecho para agarrarse a tu diafragma y apretar fuerte… a veces tan fuerte que asfixian.
Yo personalmente he padecido, y me sigue pasando a veces, varios miedos que tienen que ver con mi profesión y pasión. A todos ellos les he:
- Huido
- Reconocido
- Enfrentado
- Abrazado
Los miedos y la danza, pero… ¿qué es el miedo?
El miedo es una sensación de angustia o sentimiento de prevención provocado por una presencia real o imaginaria que nos hace creer que algo va a salir mal o que no cumpliremos con nuestras propias expectativas o con las de los demás.
En cualquier relación o trabajo artístico, la exposición máxima de la vulnerabilidad está presente; ten en cuenta que lo que hacemos es desnudar nuestra alma, y con ello nos sentimos muchas veces desprotegidas y exactamente así: desnudas.
Por eso el título de mi post es “los miedos y la danza”: a mí me ha pasado y pasa en muchísimas ocasiones al bailar o al dar clase. Y como he dicho con anterioridad he pasado por el proceso al completo y en ello sigo… salgo corriendo, no espera! Es esto lo que me pasa.. y lucho para que no siga ahí… y después de mucho esfuerzo, me siento, recapacito y al final lo asimilo y vivo con ello.
Personalmente creo que lo opuesto a la sensación de miedo, al menos de estos de los que yo voy a hablar, es el amor. Hay que ser muy valiente para amar. Y como amamos profundamente lo que hacemos, esto nos da impulso y hasta alas para sobreponernos a la no acción.
En esto soy afortunada, porque la danza me ha salvado muchas veces porque es movimiento, nos obliga a seguir, sentir y disfrutar. Y el miedo es fuerte cuando justo estás en el lado opuesto: el no movimiento. El miedo paraliza.
Pequeña aportación personal:
Una vez me pasó en Nueva Delhi que iba viajando sola y cargada de maletas. Cogí un “rickshaw” para ir a mi guesthouse. No tenía claro del todo el camino (no era mi primera vez allí) pero más o menos lo podía intuir si nos acercábamos. El señor que lo conducía comenzó a hablarme de un hotel de un amigo suyo – nada que no supiera que podría pasar, de hecho es bastante típico – y a pesar de que mi negativa estaba clara él insistía con una sonrisa muy amable.
En un momento concreto del viaje, me di cuenta de que se había desviado del camino. Me puse muy nerviosa. Enseguida mi tono cambió y me puse muy seria con él, le comencé a explicar que no quería cambiar de guesthouse y él hizo oídos sordos acelerando el paso. En ese momento me salió solo: le grité muy fuerte y zarandeé con ansias. Él paró al instante bastante descolocado y yo sola me descargué a grito “pelao” las maletas y le dije que se marchara.
Mi historia termina bien, conseguí parar otro “rickshaw” y que me llevara a mi sitio. Sólo cuento esto sin incidir en el pánico literal que sentí para deciros que hubo algo que me salvó de mi propio miedo y me hizo reaccionar: el instinto.
Así que os recomiendo que en cualquier situación de vuestra vida, profesional o personal, no dejéis de escuchar a esa fuerza, alarma, voz o lo que sea que cada una tenga que os impulsa a ir hacia el lado correcto, el que vosotras habéis escogido.
En mis próximos post de “Los miedos y la danza” hablaré a cerca de:
- El miedo a quedarse en blanco
- Miedo a componer/crear
- Tener miedo al escenario
- Miedo a girar
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