Os comparto un pedacito de lo que fue la presentación de mi videografía y de las palabras que nacen desde mi corazón al hablar del ritual del saree en la India: saree ritual en India.
Así como la danza le ofreció a Elizabeth un camino para habitar la India desde el arte, también fue el cuerpo —su vehículo más íntimo— el que poco a poco se convirtió en un espacio de comunión. En ese viaje, cada gesto aprendido, cada mudra, cada paso en Odissi era también un acto de pertenencia. Pero no solo se trataba de moverse como en la India, sino de vivir en la India también a través de su piel, de su ropa, de su cotidianeidad.
Fue entonces cuando descubrió que, en este país, vestirse no es una acción práctica: es una ceremonia.
Ponerse un saree en la India no es simplemente vestirse. Es un acto cargado de belleza, paciencia y significado. Para una mujer india, y también para quien adopta esta tradición con respeto, colocarse un saree es casi un ritual de transformación.
Como con la danza, no hay atajos ni improvisación. Hay técnica, sí, pero también entrega. Seis metros de tela que no solo visten, sino que transforman. Porque como en Odissi, donde cada movimiento está cargado de sentido —ya sea para evocar a una deidad o representar una emoción—, el saree también habla: del lugar, del momento, del estado del alma.
Un saree no se “pone”, se envuelve. Se acoge. No hay cierres ni botones, solo tela y técnica. Seis metros de seda, algodón o gasa que abrazan el cuerpo como una segunda piel, modelando la silueta con la elegancia de lo ancestral. Cada pliegue que cae sobre la cadera, cada drapeado que cruza el pecho, cada giro del pallu (la parte que cae sobre el hombro) tiene su razón y su ritmo. No hay dos sarees que se lleven igual, ni dos mujeres que lo habiten del mismo modo.
Saree ritual en India
En muchas regiones, la madre enseña a la hija cómo llevarlo. A veces entre risas, a veces con regaños. Es un legado íntimo que pasa de una generación a otra. El espejo se convierte en altar, y el cuerpo, en lienzo. Los tobillos se cubren, el ombligo queda al descubierto, y con ello, un símbolo sutil de poder femenino: la creación, el centro de la vida.
Más allá de la estética, el saree es una armadura blanda. Protege, embellece, enraíza. En él se expresan la identidad, el lenguaje del color, las castas, los estados, incluso las ocasiones: hay un saree para el duelo, otro para la boda, otro para danzar. Y cuando una mujer camina con un saree bien puesto, hay una dignidad en su andar que impone respeto.
Para Elizabeth, ponerse un saree fue también un gesto de entrega. Cada vez que lo hace, participa de algo mayor. Un rito silencioso que la vincula con millones de mujeres y siglos de historia. Como si en ese acto sencillo de vestirse, también se tejiera el alma.
El vestuario de Odissi no es un disfraz ni un ornamento: es una evolución del saree ritual, adaptado para permitir el movimiento y, al mismo tiempo, conservar la gracia y el mensaje de lo antiguo.
Durante el entrenamiento, Elizabeth utiliza una versión especial: un saree más estrecho, liviano, sin adornos, pero que infunda el mismo respeto. Entrenar con ese tejido es aprender a habitarlo. El cuerpo se disciplina también a través de la tela. No hay cierres, ni atajos, solo la paciencia del amarre y el equilibrio entre forma y función.
Así, ponerse el saree y practicar Odissi se volvieron para ella dos facetas del mismo viaje: uno donde el arte y la vida no están separados. Cada vez que se envuelve en ese paño largo y sencillo, cada vez que ensaya un tribhanga o marca un mudra, revive una tradición milenaria que la transforma desde fuera hacia adentro.
El saree —como la danza— no solo viste el cuerpo: lo vuelve símbolo. Y en cada ensayo, en cada presentación, Elizabeth no solo baila: honra.
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